El genial arquitecto brasileño acaba de cumplir 100 años y sigue en plena actividad. Ligado profundamente al espíritu sensual de su pueblo, en esta entrevista habla de sus trabajos y de sus ideas innovadoras.
Por: Chris Dercon
TEATRO POPULAR de Niterói, inaugurado el 5 de abril de 2007, última obra de Niemeyer en el año de su centenario. (EFE)
El pulcro anciano de cabello negro como el azabache que está en la recepción del Copacabana Palace debe de ser el músico Sergio Mendes. Es conocido por sus ritmos de bossa nova pasados por el filtro estadounidense en las décadas de 1960 y 1970. El día anterior me había comprado su trabajo más reciente, Timeless, en una de las mayores tiendas de discos del mundo, Modern Sound, en la Rua Barata Ribiero de Copacabana. Mi visita a Río estuvo llena de música. Oscar Niemeyer rindió su habitual tributo a la brasileñidad de los grandes genios de la bossa nova, sus viejos amigos Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobim, cuyo encanto y sensualidad gusta de comparar con su propia arquitectura. Sergio Mendes debe de ser demasiado estadounidense para él. Sin embargo, parece ser que Niemeyer -él mismo un gran guitarrista- prefiere las melodías populares del nordeste brasileño. La víspera se había celebrado en Copacabana una manifestación en favor de los discapacitados que estuvo acompañada por un trío eléctrico bahíano, uno de esos inmensos escenarios móviles que difunden ritmos brasileños por medio de una megafonía formidable. Por la noche fuimos con Cesar, Maria, Luciano, Cesinha y Julia –los brasileños tienen unos nombres fantásticos– al club Carioca da Gema en Lapa, el centro de Río, para escuchar samba tradicional.
¿Qué otra cosa se puede hacer en el Día nacional del samba? Pasamos por delante del iluminadísimo Sambodromo de Niemeyer, el estadio dedicado al samba y construido como una calle inmensa jalonada de tribunas donde las escuelas de samba estaban ya ensayando para el carnaval. ¡Una fiesta nacional dedicada al samba! Con la estrella Gilberto Gil dirigiendo el Ministerio de Cultura, la música popular no es sólo un derecho humano, sino un asunto de Estado. Todos se confunden en la pista de baile: jóvenes y viejos, gordos y anoréxicas, mulatos, blancos y negros, prostitutas feas y atractivos travestis, familias completas y guapísimas mujeres solas. Todos se mueven al adictivo tictacticbom del samba. Algunos bailarines imitan el sonido profundo de la letra. Tictacticbom -"el samba nunca morirá"-, la boca se abre para gritar que no; tictacticbom -"el samba soy yo"-, las manos y los dedos se alzan en el aire; tictacticbom -"en mi casa siempre hay samba"-, las cabezas asienten con energía; tictacticbom -"aunque pierda la casa me queda el samba"-, brazos alzados con espíritu angélico; tictacticbom -"porque la samba soy yo"-, dedos señalándose el pecho: tictacticbom –"mañana todo irá mejor"-, manos enviando besos; tictacticbom -"porque el samba soy yo". Para el legendario arquitecto brasileño Oscar Niemeyer esas cuestiones son mucho más importantes, afirma, que la arquitectura como tal. "Hay mucha miseria en este mundo y, en particular, en Brasil", me dice; "pero ¿qué podemos hacer?" Niemeyer arde en deseos de mencionar a su viejo amigo Fidel Castro, a sus nuevos amigos Hugo Chávez y Evo Morales, los presidentes Venezuela y Bolivia, así como a su amigo brasileño, Lula, que es sobre todo su amigo porque mantiene una política exterior amistosa con las políticas de Chávez y Morales. Niemeyer tiene muchísimos amigos, de los cuales sólo unos pocos son arquitectos. Lo que todos esos insignes políticos tienen en común es, según Niemeyer, que actúan para mejorar la condición humana y, por lo tanto, son más importantes que los arquitectos. "Como la poesía, la arquitectura por sí misma no puede cambiar el mundo", afirma Niemeyer con tono resignado. Pero, ¿qué ha hecho o hace él para mejorar el mundo? Cuando tuvimos nuestro encuentro, Niemeyer estaba diseñando un centro de congresos en Fortaleza, en el nordeste del país, para el Movimiento de los sin Tierra, una organización de trabajadores pobres de las zonas rurales. "Un arquitecto solo no puede solucionar sus problemas ni los problemas de la favela, porque eso es como luchar contra la naturaleza o contra la naturaleza de una montaña. Sin embargo, podemos ofrecer mejoras paralelas, como construir escuelas, o nuevas infraestructuras deportivas o culturales". A lo largo de este año se ha hecho público el anuncio de que va a construir el estadio donde se celebrará el Mundial de Fútbol que acogerá Brasil en el año 2014, y que si alcanza a inaugurarlo lo hará con 107 años cumplidos. También se ha dado a conocer el proyecto de un gran complejo cultural y de ocio en Avilés, frente al mar, su primera obra en España. Por todo ello, Niemeyer aceptó que centráramos nuestra conversación en el futuro. Al fin y al cabo, cuando uno está a punto de cumplir cien años, "tienes que arreglar algunas cosas, como una llamada al orden". Días antes había mandado al diario Folha de Sao Paulo un manifiesto titulado Acerca del futuro y sigue haciendo radicales declaraciones públicas. Por ejemplo, con ocasión de su nonagésimo noveno cumpleaños, el 15 de diciembre del año pasado, criticó abiertamente a su amigo Lula por no respetar la ideología de la vieja izquierda, en un momento en que el antaño ferviente militante había subrayado la necesidad de una posición más moderada. "No tengo nada más que decir al respecto", dijo Niemeyer, quien prefirió hablar de su nueva escultura en La Habana que muestra a un pequeño cubano empujando una bandera frente a una figura diabólica, y que supuestamente representa a Bush. "Bush no es nada, no existe", espetó con una expresión de odio en la cara que ni Chávez podría superar.Un blanco fácil Para algunos críticos, Niemeyer resulta un blanco fácil. Es un comunista de la vieja escuela, un auténtico estalinista, con cierta tendencia por populistas como Chávez y Morales. Se presenta a sí mismo como un personaje extraído de alguna epopeya ("soy un hombre sencillo"), controlando con cuidado el más mínimo detalle y reescribiendo en caso de que sea necesario su propia historia. Y, lo que es peor, sus recientes proyectos parecen repetitivos; en algunos casos (como en la escultura de Bush), incluso van más allá del kitsch sentimental. Sin embargo, la poco ortodoxa modernidad de Niemeyer es hoy inmensamente popular. "Es Mies pasado por el ácido", declaró un famoso crítico de arquitectura en un artículo de The New York Times sobre Niemeyer, "el último de los modernos". Sí, es muy fácil atacar con los argumentos expuestos al centenario arquitecto Oscar Niemeyer, ¡el arquitecto más longevo de la historia de la civilización occidental! Así que decidí adoptar un punto de vista moderado y escucharlo atentamente a él y a sus colaboradores. Me reuní con Fair Valera, el fiel jefe de su estudio, donde lleva ya trabajando más de 35 años. Visita a su jefe todos los días para repasar los bocetos que éste sigue realizando cotidianamente y que a un lego le parecen unos garabatos incomprensibles. Atrás quedaron los tiempos de las amplias curvas en los proyectos de edificios monumentales o los erotizantes dibujos ("La forma sigue lo femenino", le gusta decir a Niemeyer) de voluptuosos desnudos femeninos. Algunos dibujos ampliados se han reproducido de modo exquisito con mosaicos de cerámica blanca para adornar los interiores de Niemeyer, como el recién inaugurado restaurante Olimpo, situado sobre la terminal del ferry en Niterói, una variante light de la radical sensualidad del museo cercano. ¿Es la arquitectura de Niemeyer forma y sólo forma? "No, es tecnología engarzada con la naturaleza", afirma Valera. Acerca del legado arquitectónico de Niemeyer, las opiniones difieren. Hablé con uno de los historiadores de la arquitectura más importantes de Brasil, Lauro Cavalcanti, curador de una exposición en el centenario de Niemeyer inaugurada a principios del 2007 en el Paço Imperial, un antiguo palacio de estilo barroco portugués en pleno centro de Río. La exposición presentaba al visitante unas versiones ampliadas de los escritos de Niemeyer y luego se concentraba en los dibujos y las maquetas de los proyectos recientes, como la piscina de Potsdam, cuya finalización está prevista para el 2009. "Nadie entiende de verdad los dibujos arquitectónicos, todo tiene que ponerse en un texto. Los políticos, sólo entienden el texto, en caso de que entiendan algo de arquitectura", admite Niemeyer. Tuvo que "simplificar un poco" la piscina de Potsdam para conseguir la aprobación final. El proyecto fue paralizado en mayo de 2006, cuando el ministro de economía Ulrich Junghanns supo que el edificio iba a costar más de lo previsto. ¿Por qué una piscina de Niemeyer tenía que costar más que cualquier otra piscina?, preguntaron los políticos locales. Sin embargo, ahora que Niemeyer cumplió los 100 años (el 15 de diciembre), todos están orgullosos de haberle dado el nihil obstat. También la compañía Vitra, famosa por ser muy escrupulosa, le ha encargado un proyecto que pronto se edificará en su sede en Weil am Rhein. En realidad, estar presente ahí (junto a otros arquitectos ilustres, como Gehry, Hadid, Sanaa y Herzog & DeMeuron) es como entrar en el hall de la fama de la arquitectura contemporánea. Aunque con ocasión de la búsqueda de un arquitecto para el ya frustrado proyecto para un museo Guggenheim- Río, el alcalde de l a ciudad consiguió ofender a Niemeyer al declarar: "Queremos un arquitecto, no un escultor". Por lo tanto, acudí a Niterói para visitar a Luiz Guilherme Vergara, un niemeyeriano creyente que dirige el museo inaugurado allí en 1996. Con todas sus curvas exteriores e interiores, ¿no resulta un edificio bastante difícil para exhibir obras de arte? "Hay que usar este edificio como una máquina para la percepción y presentar las muestras en consonancia", afirmó Vergara, quien también trabaja con la Fundación Oscar Niemeyer y el propio Niemeyer para crear junto al museo un centro comunitario orientado a promover la creatividad de los pobres de Niterói. Niemeyer siempre se ha mostrado generoso con los desvalidos, a veces haciendo incluso proyectos sin cobrar, como el caso reciente de una plaza para la Universidad de La Habana, su primer proyecto arquitectónico en Cuba. Fidel Castro. Castro suele decir que Niemeyer y él son "los últimos comunistas de este planeta". "Al final, el capitalista es un auténtico perdedor", coincide Niemeyer con Castro. Le preocupa que "Fidel no está muy bien", sin mencionar en absoluto su propio estado físico tras haber sufrido una rotura de cadera. Luego sonríe mientras me cuenta la siguiente anécdota, una historia que habrá contado mil veces: "Nunca he querido subirme a un avión (Niemeyer viaja desde hace décadas –ha llegado incluso a Caracas– con el mismo chofer, a quien ha construido como regalo una modesta casa cerca de la favela). Así que Fidel vino a Río. Con ocasión de una visita a la oficina en Copacabana, era ya más de la medianoche, resultó que el ascensor no funcionaba. Tuvimos que despertar a un vecino para pasar por su apartamento y utilizar el montacargas. Mi vecino abrió la puerta y casi le da un ataque de corazón al encontrarse con un imponente Fidel que le ofrecía un puro a modo de disculpa". Presto atención a la débil voz de Niemeyer, y a su mezcla de francés y portugués. Quién sabe, quizá sea una de sus últimas entrevistas. Niemeyer me ha recibido en el minúsculo dormitorio de su apartamento de Ipanema. La sala de estar estaba llena esa mañana de polvo y ruido, con operarios dedicados a abrir grandes agujeros en el techo. A lo lejos se oían las voces amortiguadas de criadas y cuidadores. No hay nada sofisticado en el hogar que comparte (¡acaba de casarse!) con su nueva esposa, Vera Lucia Cabreira, que ha cumplido 60 años. Tampoco hay nada sofisticado, salvo la espléndida vista, en la oficina situada en el apartamento de Copacabana, donde varios miembros de la familia, también arquitectos, mantienen vivo el legado arquitectónico del abuelo Niemeyer. Y están también el archivo y el desordenado estudio ocupado por un pequeño grupo de atareados arquitectos e ingenieros, ambos en el centro de la ciudad. Como ocurre en el estudio de otro de los genios arquitectónicos de Brasil, el reciente ganador del premio Pritzker, Paulo Mendes da Rocha, no hay ni una sola computadora verdaderamente sofisticada. Me pregunto qué software utiliza José Carlos Sussekind, su ingeniero de confianza, para calcular los diseños de Niemeyer y enfrentarse a sus constantes peticiones de arcos cada vez más amplios y planos voladizos de hormigón reforzado. Niemeyer habla con toda naturalidad de abarcar más metros sin apoyo alguno, mientras cita a Le Corbusier diciendo "la arquitectura es invención" y "sólo me gustan las iglesias por los grandes espacios". Sin embargo, salvo por la mención al gran modelo Le Corbusier, tampoco hay nada religioso ni sofisticado en Niemeyer. La sofisticación perdida sólo se encuentra en la vieja casa familiar de Canoas, cerca de Boa Vista –los nombres lo dicen todo–, donde, en medio del exuberante verdor de la montaña, se encuentra ahora la Fundación Oscar Niemeyer. La casa de Canoas, construida en 1951, es un ejemplo perfecto de cómo Niemeyer aceptó sin reparos desde muy pronto las limitaciones y los desafíos del entorno natural. "Hay que saber enfrentarse a cada terreno. Construyo con la naturaleza, no contra ella". ¿Y por qué esas rampas que parecen interminables? "Las rampas ofrecen la oportunidad de disfrutar del paisaje y de la arquitectura en su conjunto; la rampa es como un viaje". En la casa de Canoas se encuentran algunos muebles originales de Niemeyer diseñados a finales de la década de 1970. En la última edición de Art Basel Miami Beach, los precios de esos accesorios modernos se cotizaron entre los 35.000 y lo 55.000 euros. La Fundación Oscar Niemeyer se está planteando volver a fabricar algunos de esos muebles. Los beneficios se destinarían a proyectos educativos. Seguí hablando con Niemeyer, sentado en pijama en una vieja butaca. Uno de sus cuidadores –un joven negro– dormitaba al otro lado del dormitorio. Vera, la nueva esposa, secretaria y amante durante muchos años, decidió unirse a nosotros. Se disculpó por el desorden de la casa. Su boda con Niemeyer sorprendió a muchísimas personas; y, entre ellas, la menos sorprendida no fue Anna-Maria, la hija única del arquitecto y su esposa Annita, fallecida en 2004 a los 76 años. Anna-Maria, que ronda los sesenta, se enteró de la boda un par de horas antes de la ceremonia. "Al lado de un hombre tiene que haber una mujer, y todo lo demás está en manos de Dios", comentó con satisfacción un Niemeyer mujeriego y ateo cuando felicité a los recién casados. Habíamos acordado hablar del futuro, pero Niemeyer volvió una y otra vez al pasado. Considera como uno de sus grandes logros el recinto universitario de Constantina en Argelia, construido en la década de 1970. La noticia es nueva, porque hasta hace poco sus proyectos más preciados eran todavía la iglesia de San Francisco, el casino y el puerto deportivo de Pampulha cerca de Belo Horizonte, en Minas Gerais. Los edificios pioneros de Pampulha sólo pudieron construirse gracias a la fe ciega del entonces gobernador de Minas Gerais, Juscelino Kubitschek, más tarde presidente y fundador de Brasilia. "Como la mayoría de los políticos, no entendía nada de arquitectura; y, en realidad, eso permitió que esos imaginativos edificios pudieran construirse". ¿Y qué ocurre con la conservación y la restauración? "Lo construido, construido está. Igual que con los seres humanos, habría que dejar que la arquitectura envejeciera."
Un agujero en la modernidad
No es posible pasar por alto la contribución de Niemeyer a la arquitectura del siglo XX. Hizo un agujero en la modernidad inyectando a la doctrina internacionalista las tradiciones y los lenguajes populares y en especial locales (brasileños), desde el barroco colonial hasta la naturaleza tropical. Eso lo convirtió en un arquitecto tan importante. Y es probable que explique también por qué es tan popular entre los jóvenes diseñadores y artistas contemporáneos, desde el diseñador de moda Nicolas Ghesquière, director de Balenciaga, hasta la artista Dominique Gonzalez-Foerster, pasando por el fotógrafo Andreas Gursky. El tropicalismo de Niemeyer y otros visionarios brasileños se encuentra hoy en el mismísimo centro de las escenas culturales de París, Londres y Nueva York. Al igual que otros radicales del arte brasileños, como el músico Caetano Veloso o el artista Hélio Oiticica, el arquitecto Niemeyer creó una sensibilidad lírica y populista. A Niemeyer no sólo le gusta combinar curvas, sino que encuentra inspiración todos los días en las curvas de las montañas situadas cerca de Río y en las de las mujeres brasileñas. Su autobiografía publicada en 1998, Les courbes du temps está profusamente ilustrada con formas femeninas. Como dijo Rem Koolhaas tras una visita a la oficina de Niemeyer en Copacabana: "Niemeyer es la prueba viviente de que en la arquitectura interesante, el sexo y el comunismo van juntos". El propio Niemeyer es, por una vez, más realista: "El verdadero reto para la arquitectura del futuro sólo está planteado por la tecnología, y la tecnología nunca ha sido tan generosa con la arquitectura. Pero el arquitecto tiene que ser capaz de reflexionar también sobre otras cosas además de la arquitectura. No hay que convertirse en especialista, porque en ese caso no puede uno inventar ni tener influencia". "La política, la filosofía, la literatura, la música, las artes visuales –dirá–, todas esas disciplinas desempeñan un papel igual de importante que la ingeniería. Los arquitectos deberían querer ser ante todo intelectuales." En este punto Niemeyer empezaba a cansarse, perdía la voz: "Quiero seguir construyendo para los seres humanos, para permitirles encontrarse con otros seres humanos. Una arquitectura que organice encuentros humanos, eso es lo que me interesa. Y la dibujo todos los días". Aquel día Niemeyer sonaba como el samba. Pensé, ojalá que tenga una vida aún más larga. (c) La Vanguardia y Clarín
Traducción de Juan Gabriel López Guix
Via: Revista Eñe
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