14 de mayo de 2009

No podrán gobernar si creen que "gobernar" es "mandar"

Por Mariano Grondona - Domingo 3 de mayo de 2009

  • El ex presidente y su esposa han afirmado en sus últimos discursos que, si en las elecciones del 28 de junio llegan a perder la mayoría que aún tienen en el Congreso, el país caerá en una crisis de gobernabilidad . Los argentinos conservan una memoria demasiado fresca de nuestra última crisis de gobernabilidad, en los tiempos finales de De la Rúa, para que este sombrío vaticinio les sea indiferente. Por si hubiera alguna duda sobre lo que está diciendo, la pareja presidencial ha precisado que, si pierde la mayoría en el próximo Congreso, el fatídico 2001 volverá a nosotros.

Por supuesto, ningún argentino ni ebrio ni dormido querría que el reloj de la historia retrocediera ocho años. ¿Podría pensarse entonces que sólo nos hallamos aquí ante una amenaza de corte electoralista, destinada a cosechar los abundantes frutos del miedo? "Nosotros o el caos": ¿cuántas veces los gobiernos hegemónicos han empleado dentro y fuera de la Argentina este argumento electoral? Sea con Chávez, sea con los Kirchner, el signo de los gobiernos autoritarios es convertir cada elección, aun la menos trascendente en términos institucionales, en un plebiscito donde se juega la suerte de la Nación.

Desde el punto de vista institucional, sin embargo, nuestro calendario incluye elecciones mayores y menores . En las elecciones mayores, el país elige cargos "ejecutivos" como el de presidente y, en el plano local, los de gobernadores e intendentes. En las elecciones menores, renueva solamente parte de sus bancas legislativas. En los años 2003 y 2007 tuvimos elecciones mayores para elegir presidente, gobernadores e intendentes. En 2009, sólo elegiremos legisladores nacionales y provinciales, y concejales. Cualquier observador imparcial diría que el próximo 28 de junio nos espera, por lo tanto, una elección menor.

No para los Kirchner. Ellos nos dicen, al contrario, que de aquí a sesenta días la suerte del país se decidirá a todo o nada . Esta dramatización de una jornada electoral menor los lleva no sólo a sostener que el destino del gobierno nacional pende en una balanza, sino también a advertir que el triunfo eventual de la oposición tendría un efecto "destituyente" del poder presidencial, al entregar la nación en manos de sus enemigos políticos. La divinización del propio poder conlleva como conclusión inevitable la demonización del adversario. Patria o colonia. Pueblo o antipueblo. Lejos ya de un ser un acontecimiento casi rutinario, la elección parcial del 28 de junio se convierte así, desde la retórica oficial, en una batalla histórica entre los elegidos y los réprobos. Por eso no debe asombrarnos que la difamación de aquellos que han tenido la osadía de desafiar a los Kirchner haya pasado a formar parte de la campaña oficial.

¿Treta o dogma?

Si los dichos de los copresidentes fueran sólo una treta encaminada a sumar votos, podríamos tolerarla. ¿Cuántas veces las campañas electorales han dado lugar, aquí y afuera, a gestos desmesurados? Cuando sólo se trata de esto, después de la campaña, cual si fuera después de un deporte ejercitado con ardor, los adversarios se dan la mano y allí no ha pasado nada. En estos casos, las exageraciones en cierto modo comprensibles quedan prontamente en el olvido. ¿Pero es éste el enfoque de los esposos Kirchner o, cuando se autodivinizan y demonizan a sus adversarios, convirtiéndolos en enemigos, hablan en serio?

Si los Kirchner hablan en serio al erigirse como la única alternativa para evitar que recaigamos en 2001, tenemos un problema que proviene de confundir dos verbos cercanos pero distintos. Porque una cosa es gobernar y otra es mandar . "Gobernar" es un verbo afín a "pilotear". Cuando conduce un barco, el piloto sabe que tendrá que maniobrarlo entre tortuosas corrientes. Gobernar es ceder para avanzar. Es tener en cuenta que en el mar chocan olas y contraolas. "Mandar", en cambio, es un verbo con resonancias militares. En un ejército, si no hay mando no hay gobierno.

Si se observa la trayectoria de Néstor Kirchner desde la intendencia de Río Gallegos hasta la presidencia y ahora la copresidencia de la Nación, pasando por la gobernación de Santa Cruz, ¿ha "gobernado" alguna vez, buscando el consenso con aquellos que no pensaban como él? ¿O ha atesorado cuanto residuo de poder quedó al alcance de sus manos, desde la voluntad de los colaboradores incondicionales hasta los medios empresarios y de comunicación, como si en cada conflicto le fuera la vida? Para él, ¿no ha sido siempre la única opción doblegarse o doblegar? Los conflictos políticos y económicos, desde la perspectiva de Kirchner, siempre han sido batallas. Pero en las batallas, como se sabe, no hay empates.

Si la oposición los superara en el Congreso, ¿aceptarían los Kirchner dialogar con ella? Si no pudieran "mandar" como lo han hecho hasta ahora, sin límites políticos o institucionales, ¿se resignarían a "gobernar" de aquí a 2011, es decir hasta la verdadera elección "mayor" que nos espera de aquí a dos años? Esta es la pregunta que hay que hacerse de cara a las próximas elecciones. Descalificar a todos aquellos que se atreven a disentir con él, desde el campo hasta el panradicalismo o el peronismo federal, ¿es una treta en definitiva reversible porque sólo se despliega en medio de una campaña electoral, o es un dogma al que Kirchner no podría renunciar por creer que, si lo hiciera, dejaría de ser él mismo?

El dilema de los Kirchner

Esta pregunta no es teórica sino práctica porque la mayoría de los encuestadores nos dicen que, después de las elecciones, probablemente el Gobierno se quede sin mayoría en el Congreso. ¿Aprovecharía en tal caso la oposición para desestabilizarlo? ¿O el peligro de la ingobernabilidad que denuncian los Kirchner podría venir, paradójicamente, de ellos mismos?

Todo dependería en tal caso de la opción del propio matrimonio presidencial, que debería decidir si se resigna a gobernar o si insiste en mandar. Mandar ya no le sería posible porque los instrumentos gracias a los cuales mandó hasta ahora como los "superpoderes", el Consejo de la Magistratura y el uso y abuso de los decretos de necesidad y urgencia (DNU) le serían negados. ¿Se decidiría entonces a gobernar?

Gobernar sin mayoría en el Congreso ha sido frecuente en las democracias presidencialistas contemporáneas. Ha ocurrido en países como Brasil, los Estados Unidos y Uruguay sin que hubiera por eso una crisis de gobernabilidad. Esto ha sido relativamente fácil porque situaciones de este tipo encontraron a presidentes que ya habían decidido gobernar en vez de mandar. Pero si los Kirchner se encontraran en una situación como ésta, la dificultad mayor no residiría en el Congreso donde quedarían en minoría sino en ellos mismos porque les exigiría cambiar de cuajo su estilo, su carácter, su concepción del poder. ¿Están psicológicamente preparados para hacerlo?

Quizá si los Kirchner decidieran al fin pasar de la confrontación al diálogo, se sorprenderían al advertir en sus opositores una reserva equivalente de buena voluntad. La Argentina pasaría en tal caso de ser una democracia hegemónica a ser una democracia republicana. No habría, simplemente, ingobernabilidad. Habría una nueva maduración política al alcance de todos hasta que, en 2011, los argentinos decidieran definir su destino. Para entonces ya no podría haber tampoco elegidos y réprobos, patria y antipatria, sino el tesoro inapreciable que las democracias exitosas ya poseen: la unidad de las inteligencias y las voluntades en la diversidad.

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