9 de abril de 2009

Diario Perfil | alfonsin la evocacion - Inolvidablemente

Diario Perfil | alfonsin la evocacion - Inolvidablemente: "alfonsin la evocacion
Inolvidablemente
Por Magdalena Ruiz Guiñazú

Y el país se conmovió. Más allá de lo que puede esperarse de la muerte de un hombre público, la desaparición de Raúl Alfonsín vino a desnudar un fenómeno que, probablemente, sus contemporáneos no esperábamos. Y me explico: en un mundo como el político, generalmente considerado a través del escepticismo, aparecieron los jóvenes.

De distintas generaciones.

Los que explicaban: “Yo lo estudié en Historia” y, también, en boca de otros, la confesión (que escuchamos con profunda atención) de no haber nacido aún en aquel tiempo pero, igualmente, querer ofrecer un último saludo a Alfonsín.

¿Por qué, entonces? ¿Por qué las esperas interminables ante el Congreso? ¿Por qué caminar bajo la lluvia en un entierro? ¿Por qué honrar hasta las lágrimas a un “animal político” perteneciente a una clase que, en Argentina, no goza de mayor estima?

Las respuestas terminan sintetizando un pensamiento tan crítico como reconfortante. Ante los restos de un hombre que lleva sobre el pecho una banda presidencial de colores ligeramente desvaídos por 25 años de tiempo, lo que se está honrando con la espera de una larga fila, una mano que saluda, un beso que se envía a lo lejos, muchas lágrimas y amor, es ni más ni menos que aquello que llamamos “un hombre honesto”.

Una persona de principios.

Un buscador de diálogo sin descartar los enojos y un valiente que sabía, por ejemplo, del riesgo que corría al defender presos políticos durante la dictadura.

Sin duda, el hombre que abrió las puertas de la libertad y nos devolvió el Estado de Derecho.

Un hombre que cometió errores y al que le tocó gobernar con infinitas dificultades. Militares al acecho, sindicalistas dispuestos a destruirlo, una economía en peligro de constante colapso.

Decíamos que se está honrando a un hombre honesto y valiente que muere en su casa, con su modesto patrimonio al resguardo de cualquier sospecha, un entorno transparente y una vida atormentada por el ideal de construir un país que parece condenado a temblores y vaivenes. Y esto es probablemente la mejor lección de Historia para las nuevas generaciones y un bálsamo para los que a veces pensamos que nuestros valores han dejado de ser reconocidos.

Le debemos muchas cosas a Alfonsín.

Una noche inolvidable. La del 30 de octubre de 1983, cuando volvimos a las urnas que un perverso había supuesto “bien guardadas”.

También esto es Historia.

Las calles se poblaron de gente. La radio y la televisión empezaron a lanzar sus números. Para los jóvenes, claro, resulta pintoresco que se escrutaran mesa a mesa los resultados pero lo cierto es que el aire se pobló de anuncios: cinco mesas de Cordoba, diez de Buenos Aires, una de Tierra del Fuego…

Una noche inolvidable, insisto. En el viejo estudio de Radio Continental José Ignacio López, Ricardo Oliver y yo misma bebíamos los números que iban cayendo en las planillas. Nos secundaban dos chicos muy jóvenes: Edgardo Alfano y Eduardo Aliverti, y también, a medida que crecían los rumores, comenzaron a llegar colegas y amigos que no podían esperar tranquilos en sus casas el monótono conteo que los fiscales controlaban férreamente.

Mucho se había temido no llegar a ese 30 de octubre. Por lo menos a mí me llenaba de zozobra la sospecha de que fuerzas en la sombra pudieran intentar una última maniobra desesperada. Cuando el organismo se acostumbra a respirar dificultosamente, resulta casi un imposible aceptar que, de allí en más, el aire entrará libremente en nuestros pulmones.

Tambien en el búnker de Alfonsín, instalado en Boulogne, en la quinta cedida generosamente por Alfredo Odorisio, el aire nuevo repiqueteaba incesantemente en los teléfonos.

Según testigos presenciales, quien no perdió la calma fue el propio Alfonsín. A media tarde decidió dormir una buena siesta, cosa que hubiera resultado imposible para cualquiera en esas circunstancias. Sin embargo, el futuro presidente no se dejó vencer por una ansiedad lógica y fue necesario advertirle, golpeándole discretamente la puerta, que le convenía despertarse pues estaba ganando las elecciones.

Mientras tanto, en el estudio central de Continental, José Ignacio López (que luego se convertiría en su leal y admirable vocero) consultaba encuestas y reclamaba nuevos números.

Finalmente, a las dos de la madrugada, logramos comunicarnos con el búnker de Boulogne y la voz gruesa y profunda de Alfonsín rompió la calma expectante con un “sí, parece que estamos ganando…”.

Lo demás es Historia. Alfonsín llegaba al poder absolutamente decidido a investigar los crímenes atroces cometidos por la dictadura y llevar a juicio a sus directos responsables. Había una férrea decisión de no aceptar la autoamnistía con la que soñaban los militares. Uno de sus primeros actos de gobierno fue, entonces, constituir la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas presidida por Ernesto Sabato con la misión de elaborar el informe que se elevaría luego a la Justicia y que llevó un nombre significativo: Nunca más.

Aquellas dos palabras no eran solamente una profunda decisión. Provenían de la inscripción que, en múltiples idiomas, podemos leer, aún hoy, en la piedra de un monumento en el que se apoya una enorme corona de espinas en el campo de concentración de Dachau, en las afueras de Munich, y que hoy es un museo en el que podemos detallar las zonas más oscuras del alma humana.

Todos los que integramos la Conadep no olvidaremos nunca lo que significa abrir la puerta del abismo. Cuando mencionábamos recién la oscuridad del alma nos referíamos también a un descenso a los infiernos.

Alfonsín ya lo había experimentado cuando, junto con otros políticos, religiosos y padres de desaparecidos, fundó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, un organismo que estuvo presente, activa y valientemente, en la resistencia junto a las Madres y familiares de las víctimas de aquellos años de plomo.

Lo recuerdo perfectamente encabezando marchas y firmando manifiestos en momentos, insistimos, en que estas actitudes implicaban un alto riesgo.

Y Alfonsín, también, insistió férreamente en el accionar de la Justicia. Quizás hoy no se habla suficientemente de lo que significó jurídicamente, en el mundo, el juicio a las juntas.

En los Tribunales de Roma, cuando se presentaron los casos de desaparecidos de origen italiano, en la inmensa sala de la cárcel de Rebibbia (en la que también se juzgó a los miembros de las Brigadas Rojas), el fiscal Caporale recordó que así como el juicio de Nüremberg había tenido un Tribunal compuesto por los ejércitos aliados que habían ganado la Segunda Guerra Mundial y el Tribunal que, en Grecia, juzgó a los coroneles trató delitos que infringían el Código Militar, el juicio a los comandantes de las juntas en Argentina tuvo jueces, fiscales y testigos argentinos, y juzgó delitos de lesa humanidad.

Este hecho de particular importancia ha sido omitido frecuentemente en los últimos años por los que pretenden atribuirse todas las iniciativas y acciones de defensa de los derechos humanos señalando, como lo hizo el ex presidente Kirchner que se avergonzó en la ESMA de que “en los años de la democracia no se hubiera hecho nada por los derechos humanos”.

Creo que, frente a la muerte de Raúl Alfonsín, es importante recordar que tuvo el coraje de llevar adelante ese juicio (único desde luego en América latina) y, aun cuando fuimos muchos los que no aceptamos las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, es importante recordar que, también, Alfonsín fue un hombre jaqueado por las circunstancias y que, años después, volvió a insistir en que su único objetivo fue preservar la paz y la estabilidad de la democracia que él sentía amenazadas."
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